Con esta situación se consigue alejarlos del lugar de servicio de las comidas, pero no soluciona que los niños vuelvan cada cierto tiempo con carreras por el salón, en ocasiones descalzos y con la sobreexcitación habitual de la edad.
Es cuando el camarero llama la atención de los niños para que no corran, el niño se dirige a los progenitores y notifica la acción del camarero, que ya ha tenido que "levantar" a su hijo de una mesa, limpia y montada para un nuevo servicio, y donde el pequeño estaba merendando su bollo de chocolate, comprado fuera del establecimiento, incluyendo también el zumo de una marca blanca de supermercado muy conocido.
En ese momento el progenitor se levanta y recrimina la acción del camarero, justificando de que son niños y que tienen que jugar.
La solución es complicada y antipopular para muchos, aunque algunos restaurantes, cada vez más, intentan facilitar lo menos posible la llegada de niños. Menús poco atractivos para los más jóvenes y la imposibilidad de realizar platos fuera de carta para contentar a los padres, son algunas de las soluciones para "evitar" la masificación infantil.
Hay que reconocer que no todos los niños son iguales, los hay que se comportan correctamente, son tranquilos y no molestan al resto de clientes.
Sea como sea lo importante de la convivencia entre el personal de hostelería y los más jovencitos es el control de los propios padres sobre sus hijos, algo que no sucede siempre.
En definitiva los niños no son un problema para la mayor parte de la hostelería, son un problema cuando están incontrolados.